lunes, 19 de diciembre de 2011

la transparencia de la botella

Si no me volví ruso este fin de semana,
los dioses están a mi favor, diría Charles
que asumió todas las nacionalidades,
todas las resacas y todos los infiernos.
Creí haber escapado de muchos
recién empecé a recorrer uno nuevo,
que a mis diecisiete años me creí valiente
por dejar, retomar y dejar así
para las grises primaveras.
Una línea que se escapa de la última letra
del cuaderno, esquiva las llamas y quiere
ser poesía, se enorgullese de su corto periplo
de la falsa seguridad que afirma haber sentido
y del infierno nuevo.
Si el vodka se sigue infiltrando en mi vaso
no tengo mas opción que hacerle un lugar en mi hígado
hasta que continúe muriendo en el trayecto
que le quede recorrer de mi cuerpo
y lo vea saliendo amarillo y apestoso del huequito
de mi pito.
O correr hacia ese espacio que no conozco
amaneciendo en el delirio eléctrico de mi pelo
de todos los bichos y restos del fruto del plátano
que aguardan allí, no se sabe que, ni menos
lo que me espera del día. Por que trote, para
alcanzar no se qué, luego me enteré, quizá
fue una idea estúpida y ahora existe eso
a lo que se le denomina cargo de culpa.
Pero carga a la culpa, carga a la S.U.B.E.,
carga al teléfono...
no se como seguir remándola, no sabes
lo difícil que es tener esta cabeza, quizá
deba aflojar las madrugadas y sentarme
un rato en el pasto verdaderamente tranquilo
y arrancar algunas pocas flores sin tanto delirio
mirar al sol un poco mas de cerca sin taparme
con las manos.
Pero la verdad que con el vaso lleno otra vez
no me interesa tanto, quizá lo vuelva a pensar
cuando esté vacío y yo adquiera un nuevo problema.
Antes fue comprender a Sartre, después a Heráclito
y Parménides, después hacerme amigo de Dostoievski
después volví a ser yo queriendome comprender,
intentó la psicóloga,
quiso la psiquiatra,
quiso el porro
quiso el alcohol
quiso el amor,
la solución fue ir a la plaza roja en un milagro psicotrópico
y pedir...
otro
smirnoff.

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