Supongo que la vocecilla de mi cabeza no tiene
más señal, no tendrá crédito o no habrá pagado
el teléfono, o fundido la radio directamente. Hace
un tiempo que no me habla y habla y habla y habla,
me quejaba porque me volvía loco, ahora se que me cuesta sin ella.
Pero en este mundo moderno, parece todo tan práctico,
podría viajar a verla ahora que tengo la tarjeta
con la que se puede pagar el colectivo, pero bueno
el problema es que creo que vive ahí atrás de mis ojos,
ahora que lo pienso mejor cerca de los oídos también podría ser.
Esto de las necesidades y las ganas están surgiendo de a
poquito, como una escena de alguien espiando por la cerradura,
viste como es el invierno la gente resfriada, tocándose
siempre la nariz; atento estoy a eso en el colectivo y cuando
dejo de darle bola a eso inconscientemente me remonto
a un invierno, allá por el año dos mil nueve.
Pero todo cambió... las tarjetas, el whisky sin abrir
en la biblioteca, el tiempo que pasó, las responsabilidades
que no seriamente asumí porque me gusta hacer todo a mi manera
(cuando quiero y como quiero). Llego a la conclusión al fin
en que tal vez... en una de esas... me siente a debatir
de cosas en compañía de algún amigo con el grabador prendido,
para después poder oír esa guerra de palabras,
ya que en tiempos de guerra todo parece perder el sentido
y porqué no permitírselo.
El lunes salgo a la calle con una bandera blanca y lo soluciono,
sin olvidar que todo comenzó con la vocecilla, mucho
pero mucho tiene que ver con ella.
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